MIGRACIONES

El sueño de Brahim: construir una vida y ayudar en la otra orilla

Llegó en patera a Fuerteventura con 14 años. Ha cumplido los objetivos con los que se embarcó, pero aun así pide a sus compatriotas que no arriesguen la vida. Su hermano lo hizo en diciembre. Desde entonces, no saben nada de él

Eloy Vera 0 COMENTARIOS 13/07/2021 - 07:59

A Brahim Allali le faltaban dos meses para cumplir 15 años y unos cuantos centímetros de estatura para poder subirse a la patera. Fue su hermano quien lo subió a hombros y lo metió dentro de la embarcación. Luego se abrazaron y la patera se introdujo en el Atlántico. Llegó 53 horas después a Fuerteventura. El muchacho acabó en un centro para menores extranjeros no acompañados hasta que cumplió la mayoría de edad. Catorce años después de aquel viaje sigue, junto a su mujer y su hijo, en la Isla, donde trabaja como autónomo y manda remesas a sus padres a Marruecos. Los sueños con los que se subió a la patera se han ido cumpliendo.

El joven, de 28 años, volvió a Marruecos en diciembre del año pasado, para que sus padres conocieran a su hijo, que ahora tiene año y medio. Este mes de julio tiene previsto visitar de nuevo su país. Para que llegue el viaje aún faltan unas semanas. Antes queda para tomar café y contar su historia. Quiere contribuir con ello a acabar con los prejuicios y bulos que rodean a los menores que viajan solos en patera rumbo a Europa. Unas horas después, tiene previsto jugar un partido de fútbol con unos amigos.

Brahim nació en Ait Atman, un pueblo bereber, en las montañas del Atlas, de unos 1.500 habitantes donde la mayoría de las madres tienen algún hijo que ha cogido la patera para venir a Canarias o ha viajado a Tánger para cruzar luego el Estrecho. “Pocos se quedan en el pueblo. No hay trabajo, salvo que consigas de oficinista o en una tienda. Antes, allí la gente se dedicaba a la agricultura, pero ya no llueve”, cuenta. Emigran a Marrakech, Dajla, al sur del Sahara, o a Europa. La mayoría lo hacen a Europa. En verano o durante el Aid El Kebir o Fiesta del Sacrificio, también conocida como la Fiesta del Cordero, vuelven al pueblo. Cuando regresan, suelen traer en la maleta mensajes de prosperidad en el continente vecino. Brahim y el resto de los jóvenes del lugar crecieron escuchando los cantos de sirena que llegaban de fuera, aunque él nunca pensó en emigrar. Su padre se ganaba la vida abriendo pozos, mientras su madre cuidaba de sus ocho hijos en casa.

Brahim nació y se crio en un pueblo donde toda su población es bereber. Su madre y su abuela solo hablan ese idioma. Él pudo ir a la escuela y aprender árabe. “Allí, tenía una vida muy tranquila. Los primeros años de escuela los pasé en el pueblo. Luego me marché a otro lugar, a unos 18 kilómetros, para seguir estudiando. Me fui a los 12 años. Los fines de semana volvía a casa”, cuenta.

En 2006, muchos de los jóvenes de Ait Atman decidieron irse a Dajla con la intención de coger una patera que les acercara a España. “La mayoría de los jóvenes del pueblo se fueron”, recuerda. Un hermano mayor también hizo el viaje. Llegó a Gran Canaria, donde vive desde entonces. Brahim recuerda el miedo y la incertidumbre que se vivió en su casa, mientras esperaban la llamada de teléfono de su hermano diciendo que había sobrevivido a la travesía. Su madre estuvo las tres noches en vela esperando que el teléfono arrojara noticias.

Seis meses después del viaje de su hermano, fue Brahim el que decidió coger la patera. Tras acabar el curso, se fue a Dajla, donde vive otro de sus hermanos, para pasar el verano y ayudarle en el trabajo. Su idea era regresar al pueblo unos meses después. En Dajla se encontró con amigos que querían venir a Europa. La idea empezó a rondarle la cabeza hasta que se decidió. Convenció a su hermano para que le pagara el viaje y se echó al mar.

No dijo nada a sus padres. “Ellos no querían que viniéramos, pero tampoco querían fastidiarnos el futuro. Nos decían que mejor que nos quedáramos”, recuerda. Brahim explica cómo sus padres sabían que en Europa “íbamos a llevar una vida mejor y les íbamos a ayudar, pero también sabían que la patera era un riesgo”. El muchacho estaba dispuesto a correr el peligro. “Quería ayudar a una familia, cuyo padre se ganaba la vida abriendo pozos a cambio de siete u ocho euros al día y con ocho hijos a cargo.

Dos intentos

Llegó la hora de coger la patera. Subieron 27 personas, pero el reboso en el mar hizo que el patrón desistiera de la idea y los devolviera a la orilla. “El patrón tenía dos hermanos con nosotros y un primo. No quería arriesgar y dimos la vuelta”, recuerda.

Una semana después, se volvió a subir a la embarcación. Esta vez la expedición la formaban 19 personas, 15 de ellas eran menores de edad. Brahim era un niño de 14 años al que aún le faltaba estatura para al canzar la patera. Su hermano lo cogió y lo metió dentro. Se despidieron con un abrazo. Brahim se tumbó. Así permaneció toda la noche hasta que los rayos de sol le pusieron frente al espejo de lo que supone llegar a Europa en patera. “Veía azul por todos lados. Vomitaba, sin poder comer. Fue horrible. Ese día, si hubiera aparecido un avión o un helicóptero que me regresara a Marruecos, me hubiera ido”, dice aún convencido.

Dos noches y tres días después, llegaron a la playa de Morro Jable. Recuerda cómo algunos de sus compañeros besaban el suelo. El patrón salió corriendo y ellos se quedaron en la playa. Era la madrugada del 15 de octubre de 2007.

En el cuartel de la Guardia Civil les dieron un trozo de pizza y un cola cao. Luego, los trasladaron a Puerto del Rosario. Brahim no recuerda nada del viaje. Se quedó dormido nada más subirse en el coche. Hasta aquel momento, no había oído hablar de Fuerteventura.

Toma un buche de café y continúa con la historia. Ahora le toca hablar de su estancia durante cuatro años en un centro para menores no acompañados en Puerto del Rosario. Lo primero que quiere dejar claro es que “en el centro, los educadores nos trataron bien”. Cuando llegaron, se encontraron con cuatro chicos, a punto de cumplir la mayoría de edad, que no estaban dispuestos a hacerles fáciles las cosas a los nuevos huéspedes. Poco a poco, se fueron limando las asperezas. Algunos compañeros de su patera los trasladaron a un centro en Gran Canaria. Él pidió ir con su hermano, pero no fue posible. Brahim quiere dejar claro que no todos los menores que llegan solos en patera son conflictivos. “Por culpa de unos pagan todos. Aquí también hay menores que, cuando se juntan, hacen desastres”, insiste.

Por las mañanas iba a la escuela y por las tardes a jugar al fútbol a alguna cancha de la capital. Un día, un entrenador del Club Deportivo Herbania se fijó en el muchacho y le propuso entrenar con él. Brahim mostraba destreza con el balón. En su pueblo jugaba al fútbol. Cuenta cómo al principio recibió la noticia con cierto miedo al compromiso. Luego, el entrenador habló con el educador y entre los dos le convencieron. La misma tarde que hizo las pruebas para entrar lo ficharon. Durante dos años, lució la camiseta del Herbania.

Con 16 años hizo un módulo de pintura y, poco después, uno de calefacción y fontanería. El día que cumplió los 18 años se abrieron las puertas del centro. Fue la primera vez que Brahim se sintió desamparado. El día que los menores extranjeros no acompañados cumplen la mayoría de edad, vence la validez de su permiso de residencia. Para renovarlo hace falta un contrato laboral o medios para acreditar que puede sostenerse. Muchos de ellos acaban en la irregularidad.

El joven vivió durante cuatro años en un centro para menores extranjeros

“Eso fue lo peor”, reconoce. Él tuvo la suerte de acabar acogido en un piso que Cruz Roja tenía en esos momentos en Playa Blanca para acoger a inmigrantes. Ahí permaneció seis meses. En 2010 fue con su tío, que vive en Almería, a Marruecos a ver a sus padres. Llevaba cuatro años sin verles la cara y darles un abrazo. “Cuando abrieron la puerta fue muy emocionante. Me encontré con hermanas que cuando me fui eran pequeñas y ya eran grandes. También con sobrinos que no había conocido”, explica.

Cuando regresó de Marruecos, se quedó un tiempo en Almería. Un día, un trabajador de la empresa donde había hecho las prácticas del módulo de calefacción y fontanería le llamó para contarle que iba a montar una empresa y que quería tenerlo en la plantilla. Brahim no lo dudó y, poco después, se presentó en Fuerteventura.

Trabajó en la empresa hasta que en 2018 cerró. Uno de los trabajos que realizaba esa empresa era el mantenimiento de una urbanización en Caleta de Fuste. Cuando se enteraron de que iba a cerrar, le propusieron a él seguir con el trabajo. Aceptó. Se hizo autónomo y, desde entonces, sufre los sinsabores de ser un trabajador autónomo en España.

Meses después de hacerse autónomo, el joven de Ait Atman se casó con una joven de su pueblo con la que tiene un hijo de año y medio. Los tres han formado una familia en Fuerteventura.

En diciembre del año pasado su vida sufrió un duro revés. Un hermano menor que él se empecinó en hacer el mismo viaje en patera que habían hecho sus hermanos mayores. Brahim y el hermano que reside en Gran Canaria intentaron disuadirle de la idea, pero no fue posible. El 28 de diciembre de 2020 salió la patera con 36 personas a bordo. Nunca más se supo de la embarcación.

La ruta canaria, la más peligrosa de las migraciones a Europa, no ha parado de arrojar cadáveres y desaparecidos al mar desde que en 1994 llegó la primera patera a Fuerteventura. “Mi madre lo está pasando fatal. A veces no duerme. Es muy duro. Yo, antes de que pasara lo de mi hermano, pesaba 80 kilos. A los tres meses, me quedé en 69”, dice angustiado.

Durante todo este tiempo han buscado cualquier noticia que les aclare qué pasó con el joven. El hermano que reside en Gran Canaria lo ha buscado en los centros y hoteles que acogen inmigrantes. Brahim ha preguntado a personas que tienen contactos con migrantes en Fuerteventura, pero nadie sabe nada. “Aquí no ha llegado y no sabemos si salieron o no”, señala.

Brahim no quiere pasar por alto la situación que se vivió hace un par de meses en Ceuta, cuando accedieron a la ciudad de forma irregular unas 9.000 personas. De ellas, entre 2.000 y 3.000 eran menores. “Sentí vergüenza del país. Un país no puede expulsar a su gente. Aunque tenga problemas con otro país no puede actuar así. Es como si su gente no valiera nada. Me pareció que estaban disparando a su gente y encima muchos eran menores. Allí, como les abran la puerta, se van todos”.

Los sueños con los que subió a la patera se han ido cumpliendo. “Vine para ayudar a la familia y la estamos ayudando. Tenía que ayudar a mis padres porque han hecho mucho por nosotros y los sigo ayudando”, dice. Sin embargo, tiene claro que no le gustaría que su hijo tuviera que coger una patera. “Eso no le gusta a nadie. Aquí ganarás más y hay más oportunidades, pero la vida es más importante. Puede que cojas una patera para mejorar y te quiten la vida”.

Durante las últimas semanas de junio, Fuerteventura no paró de recibir neumáticas con decenas de subsaharianos a bordo. En las embarcaciones viajan mujeres y niños, algunos de ellos hacen solos el viaje. “Todo eso es un sufrimiento para los padres”, dice. “Tengo un hijo y, si se cae, me pongo mal. Imagina cómo lo pasa una madre que no ve a su hijo durante cuatro o cinco años porque se sube a una patera y tiene que esperar a saber si llega o no. Y lo peor es, si no avisa, no saber si está o no muerto”, añade. Ibrahim acaba la conversación, se termina el café y se despide. Sus amigos le esperan para echar el partido de fútbol.

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