LA MEMORIA DE LOS CENTROS

La odisea de construir el Mirador del Río

Hace 50 años comenzaron unas obras que conllevaron numerosos proyectos previos, complejas trabas burocráticas y problemas técnicos, pero el resultado fue glorioso

El Mirador del Río durante su construcción. Foto: Ildefonso Aguilar.
Mario Ferrer 0 COMENTARIOS 14/02/2021 - 08:34

Siendo Lanzarote una isla muy árida, donde los únicos caudales estables durante todo el año son los corredores de arena de la zona del Jable, resulta un tanto irónico que uno de los topónimos más reconocidos sea el de Río, el cual denomina una porción de mar que se estrecha entre el norte de esta isla y la vecina ínsula de La Graciosa, asimilándose a un curso fluvial.

Este peculiar río de mar salada ha sido desde tiempos ancestrales una zona de especial interés estratégico para ambas islas debido a varios motivos, como la bonanza de sus aguas calmas, los pequeños manantiales de agua salobre que el Risco ofrece en esa área o el espléndido salinar natural que a está junto a la orilla. Pero la gran razón de su importancia en tiempos modernos ha sido su condición de excelente balcón desde el que controlar la navegación en el norte de Lanzarote, que es la puerta de entrada habitual para los barcos que se acercan a la Isla siguiendo los vientos alisios reinantes. Esta condición llevó a crear un puesto militar provisto de cañones llamado la ‘batería de El Río’.

Antes de la llegada de los cañones, el borde del Risco era visita obligada para los escasos viajeros que pasaban por Lanzarote desde el siglo XIX. A mediados del siglo siguiente, ya sonaron voces que pedían un mirador. Luis Bolín, director general de Turismo en 1945, lo recomendó durante una visita a la Isla y en 1957 hizo lo mismo el escritor local Agustín de la Hoz, quien también estuvo detrás de la intervención en la Cueva de los Verdes.

En 1964, José Ramírez, presidente del Cabildo, no dudó en llevar a Manuel Fraga Iribarne, entonces miembro renovador del gobierno franquista con el cargo de ministro de Información y Turismo, a ver la zona y explicarle la idea de un ‘Mirador Turístico de El Río’. Con el apoyo expreso de Fraga, las gestiones del Cabildo comenzaron pidiéndole la cesión del terreno al Ministerio del Ejército, cuestión que no parecía complicada en exceso, pero que se convirtió en un verdadero quebradero de cabeza que tardó dos años en solucionarse. Las dificultades estuvieron en que los militares rechazaron varias veces las ubicaciones propuestas desde Lanzarote, además de poner estrictas condiciones al tipo de edificación a construir, siempre argumentando razones estratégicas de defensa de la Isla.

La intervención en el borde del Risco se incluía dentro del programa que estaba llevando a cabo el Cabildo desde principios de la década de 1960, con la intención de atraer la atención de la nueva industria turística internacional para mejorar las perspectivas económicas de una isla que estaba en una situación de atraso claro.

El proyecto varió mucho con las ideas de Manrique y sus propuestas a pie de obra

El equipo de Ramírez modernizó el aeropuerto, arregló carreteras y, entre otras medidas, empezó una novedosa línea de intervención en paisajes emblemáticos, a la que pronto se incorporó la figura clave: César Manrique. Se actuaba sin un plan claro a largo plazo concebido con antelación. Los que luego se conocerían como CACT (Centros de Arte, Cultura y Turismo) no surgieron de un programa meditado e ideado previamente, sino de una intencionalidad, que creció poco a poco, por lograr una nueva y moderna imagen turística de la isla de manos de la inspiración estética de Manrique y de las posibilidades que lograra el Cabildo.


Antonio Álvarez, Luis Morales, César Manrique, Pepín Ramírez y Jesús Soto, en la inauguración. Foto: Ildefonso Aguilar.

Tras conseguir abrir La Cueva de Los Verdes en 1964 y, luego, la primera parte de Los Jameos del Agua, en 1966, se ampliaron las posibilidades, con la mirada puesta en el Monumento al Campesino y Timanfaya, pero también en el Río, una vez conseguidos los parabienes del Ejército.

No obstante, los proyectos para construir el Mirador del Río también sufrieron notables vaivenes. Primero, en 1964, se les encargó un proyecto a los arquitectos Enrique Spínola González y Juan Jesús Trapero, quienes diseñaron un edificio de casi 500 metros con una fachada en forma de dientes de sierra hacia el mar, mientras que el acceso trasero incluía una pérgola ajardinada.

La idea obsesiva era darle el protagonismo a la naturaleza frente a la huella humana

Estas ideas quedaron aparcadas y más tarde se decidió contratar al arquitecto de origen lanzaroteño Eduardo Cáceres, quien presentó una primera propuesta en enero de 1968 que luego reformó notablemente a finales de ese año. Aun así, el proyecto varió mucho con las ideas de Manrique y con su característica manera de trabajar proponiendo novedades a pie de obra que no estaban en los planos, pero que enriquecían el resultado final.

Pero las obras del Mirador también encontraron otro gran obstáculo que había que salvar con sutileza en las dificultades técnicas que suponía construir en el borde mismo del escarpado acantilado del Risco de Famara. Complicaciones que, además, debían quedar camufladas y mimetizadas en el paisaje y con los materiales de la zona, por expresa orden de Manrique, quien mantenía una línea obsesiva para darle el protagonismo a la naturaleza y disimular en todo lo posible la huella de la mano del hombre, en aras de dar con una arquitectura organicista e integral. Además del arquitecto Eduardo Cáceres, los dos colaboradores más cercanos de Manrique en estas obras, Luis Morales y Jesús Soto, se preocuparon por cuidar hasta los últimos detalles.

Superando las dificultades técnicas, los cambios en los planes arquitectónicos o las trabas burocráticas, la construcción del Mirador del Río dio lugar a una obra total, una pieza clave del binomio manriqueño arte-naturaleza que no ha parado de acumular premios y de generar fuertes emociones en quienes la contemplan.


[César Manrique, en lo más alto, junto a su hermana Amparo y dos primas en la antigua batería del Río en los años 20 del siglo XX. Imagen cedida por Carlos Manrique].

LOS MIRADORES EN LA TRAYECTORIA DE MANRIQUE


Mirador del Río en los años 70. Imagen cedida por Félix Sanz Illescas.

Dentro de la obra de César Manrique, la tipología de los miradores tuvo un especial desarrollo. En una de sus primeras intervenciones en el campo de la arquitectura, el artista dio sus primeros pasos hacia su sugerente concepto de arte-naturaleza con el Mirador de Malpaso, en el cercano pueblo de Haría, en Lanzarote. Tras la experiencia de la creación de los CACT, Manrique volvió a usar varias de las ideas del Mirador del Río en dos intervenciones posteriores en otras islas: el Mirador El Palmarejo (La Gomera) y el de La Peña (El Hierro).

En todos los casos, el uso de líneas curvas, del efecto sorpresa o de referencias a la fauna y cultura local, además de materiales del entorno, son pautas que se repiten en la propuesta de integrar armoniosamente arquitectura y paisaje. Antes de su muerte, Manrique ideó más miradores para Lanzarote y otras islas, pero su fallecimiento en un accidente de tráfico en 1992, con 72 años, dejó los proyectos inconclusos.

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