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Las peripecias de Ramón Robayna Rodríguez: velero, condenado por rebelión y emigrado a Venezuela

Nació en Puerto Naos (Arrecife) y fue condenado a seis años de cárcel en 1936 por afirmar en público que se dejaría cortar la cabeza si el Gobierno de Madrid no ganaba la guerra

Saúl García 0 COMENTARIOS 02/02/2020 - 09:29

El libro Historia de la emigración clandestina a Venezuela, de José Ferrera, recoge que la balandra Dolores Ortega salió del puerto de Las Palmas el 3 de noviembre de 1949. Figuraban seis tripulantes, entre ellos el patrón Ramón Carballo y el propio armador, Ramón Robayna. Su procedencia y destino: la pesca. La contrata de embarque, con salida y vuelta en el puerto de Las Palmas, pero con el destino de la costa africana, se firma ese día 3 de noviembre.

El viaje del velero, cuyo objetivo real era el de alcanzar con emigrantes las costas de Venezuela, se narra en un reportaje de El Eco de Canarias de 1973 que recoge el testimonio de una de las personas que viajaba. El titular resume con concisión lo que describe el texto: La odisea del velero La Dolores Ortega. El viaje duró cuatro meses, y poco después Ramón Robayna volvía de nuevo a Canarias, en esta ocasión a su Lanzarote natal, con la ayuda de una de sus hijas que vivía en aquel país y sin el velero.

Ramón había nacido en Puerto Naos en el Siglo XIX junto a la tienda de la señora Joaquina. Allí vivió y allí cosía las velas, para todos los armadores de la época, que extendía en un llano. También hacía veleros en miniatura, de decoración.

Cuando se embarcó hacia Venezuela ya tenía casi setenta años y tenía un pasado intenso. En el Archivo provincial Joaquín Blanco, en Las Palmas de Gran Canaria, se encuentra su expediente de la Comisión provincial de incautación de bienes. Es el expediente número 149 de los 177 ordenados hasta entonces por el Gobierno por responsabilidad civil.

Ramón era velero, cosía velas para barcos, y era de “filiación socialista” y presidente por la Casa del Pueblo de Arrecife del gremio de trabajadores de carga y descarga del muelle por el Frente Popular. “Era rojo, rojo, rojo y los abusos no le gustaban”, resume Pacuca Robayna, su nieta. 

En el Archivo provincial Joaquín Blanco se encuentra su expediente de la Comisión provincial de incautación de bienes. Es el expediente número 149 de los 177 ordenados hasta entonces por el Gobierno por responsabilidad civil

Fue procesado y condenado a seis años de cárcel por la dictadura de Franco por excitación a la rebelión. La sentencia del Consejo de Guerra se dictó el 4 de diciembre de 1936. Su delito fue el de afirmar en público que el Gobierno de Madrid triunfaría, que se dejaría “cortar la cabeza si el Gobierno de Madrid no ganaba, pues lo tenía muy seguro”. “Y otras por el estilo”, añade el expediente.

Cuando fue condenado, en cualquier caso, ya estaba en prisión preventiva porque había sido detenido el 27 de setiembre de 1936 y enviado al campo de concentración de Gando.

No le cortaron la cabeza, pero se libró por los pelos. No está claro cuánto tiempo estuvo allí, pero no llegó a cumplir los seis años. Según su nieta, él contaba que en Gando no le mataron de milagro.

“Alguien tenía que le hizo un favor, pero tampoco contó lo que sufrió”, dice. No fue la única vez que estuvo en la cárcel. Cuando regresó a Arrecife, recuerda Pacuca que iba con su madre a llevarle comida a la antigua cárcel, en la calle Ramón Franco, y que entraba y salía.

La contención no estaba ente sus virtudes, ni con la bebida ni con las palabras. Pero en Arrecife también “tenía amistades que enseguida lo salvaban”. Después se fue a Gran Canaria, pero cuando volvió de Venezuela, en 1950, regresó a la casa de una de sus hijas, la madre de Pacuca, hasta que falleció en 1960.

El viaje

El viaje a Venezuela no está exento de incógnitas. El libro de Ferrera recoge que viajaron noventa emigrantes, pero el barco no tenía tanta capacidad. En la noticia se cita que tenía ocho metros de eslora aunque es probable que fuera alguno más.

El relato en que se basa la publicación de El Eco de Canarias es de uno de los viajeros, José Rodríguez Martel, nacido en Valsequillo, que se quedó en aquel país “al frente de sus negocios” y contaba la historia desde la ciudad de Cumaná.

Relata que salieron “de una playa de Gran Canaria” y que hubo un altercado antes de zarpar por parte de algunas de las personas que se habían sentido estafadas por un tal Juan Rigol “que se había comprometido a comprar el barco y que para tal fin había cobrado a unas cien personas unas seis  mil pesetas por cabeza”. La cifra de personas y la fecha de salida casi coinciden con las que se señala el libro de Ferrera.

El barco prometido era mayor, dice la noticia, y el Dolores Ortega finalmente zarpó el 4 de noviembre de 1949 con 36 personas a bordo. Unos días después llegó a Sant Louis y después a Dakar, donde permanecieron nueve días y zarparon con diez personas menos. Eran “26 personas, entre ellas un matrimonio y una niña”.

Rodríguez Martel hace referencia en su relato a la presencia en el barco de dos hombres mayores. A uno de ellos lo llama Alonso, dueño del velero, “que viajaba con alguna esperanza de cobrar una parte de la embarcación”. Probablemente se refería a Ramón Robayna, aunque con otro nombre, que había vendido, o fiado, su casa en Las Palmas de Gran Canaria para comprar el barco.


Pacuca, nieta de Ramón Robayna. Foto: Adriel Perdomo.

El viaje tuvo que ser horroroso. Hubo discusiones continuas, algunas de ellas por el rumbo que debían tomar, escasez de agua, de comida, tormentas y falta de viento. Fueron 23 días cruzando el Atlántico hasta que vieron tierra. La primera vez que la ven pertenece a Brasil y no desembarcan porque el país tenía buenas relaciones con España y les podían devolver.

Encallaron una primera vez por los bancos de arena fangosa que crean los ríos en su desembocadura. Y a esa primera le siguieron otras tantas, a cada cual peor. Le llegaron a prestar el velero a un matrimonio francés para que fuera a hacer “sus negocios” y les consiguiera víveres con los que seguir su camino.

Llegaron a Cayena (Cayenne, en la Guyana francesa) y allí les dieron trabajo cortando caña, antes de arribar finalmente a Carúpano en el mes de febrero de 1950. Tuvieron que fondear en alta mar “debido a que en aquellos meses habían llegado otros veleros y las autoridades estaban controlando la llegada de emigrantes clandestinos”.

“Nos confortó la mucha ayuda que nos dio el pueblo de Carúpano”, señala la noticia. Solo un mes después, Ramón ya estaba de vuelta.

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