SOCIEDAD

Mujeres, el rostro invisible de la inmigración en patera a Fuerteventura

Unas inician el viaje migratorio hacia Europa con la intención de mejorar su vida; otras lo hacen huyendo de la violencia sexual, la mutilación genital o los matrimonios forzados. En ocasiones, viajan con sus hijos

Mujeres de una de las pateras llegadas en los últimos meses a la Isla. Fotos: Carlos de Saá.
Eloy Vera 0 COMENTARIOS 25/08/2020 - 09:03

Awa se casó con 17 años. Durante un tiempo, aguantó los golpes de su marido hasta que se atrevió a hablar de divorcio. Su decisión no encontró el respaldo familiar. Al final, no le quedó más remedio que huir sola de Costa de Marfil y coger una patera con destino a Europa. Ahora espera poder encontrar un trabajo para enviar dinero a sus hermanas pequeñas y evitar que se casen obligadas. “Si ellas tienen dinero, tendrán algo de poder sobre la familia y las podrán escuchar”, asegura la marfileña.

De enero a julio de 2020 más de 140 mujeres han llegado a Fuerteventura a bordo de una patera. Proceden de Guinea Conakry, Costa de Marfil, Senegal, Ghana o Islas Comoras, un archipiélago situado en el océano Índico, entre las costas de Madagascar y Mozambique, a más de 7.000 kilómetros de España. Las mujeres, junto a los menores, son el rostro invisible de la inmigración. Tienen más dificultades para migrar que los hombres por cuestiones culturales y controles a su movilidad.

Unas inician el trayecto migratorio en busca de oportunidades, otras muchas lo hacen huyendo de guerras, violencia de género, matrimonios forzados o mutilación genital. A través del testimonio de cuatro mujeres inmigrantes, llegadas a la Isla en patera en los últimos meses, conocemos qué les mueve a dejar atrás su país y buscar un futuro solas, a miles de kilómetros de sus casas.

El día que Awa planteó el divorcio, su familia se dividió en dos. Unos lo aceptaron, otros quisieron que siguiera al lado de su marido. Finalmente, la joven no consiguió el consenso ni que prosperaran sus planes de divorcio. Entonces, decidió irse de su país. Era 2017 y lo hizo, insiste, porque “mi marido era violento”.

Un informe de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) de 2019 sobre la situación de la mujer en Costa de Marfil reconoce que, a pesar de la aprobación en 1998 de una ley que castiga algunas formas de violencia contra la mujer y otra que criminaliza la violación, “los autores de estos crímenes siguen beneficiándose de la impunidad general, en parte debido a una cultura de silencio”.

El Foro Económico Mundial sitúa a Costa de Marfil entre los 10 países del mundo identificados como los peores para vivir siendo mujer, según los datos recogidos en el informe Mujeres del continente, mirada al futuro.

En 2018, la tasa de alfabetización femenina se situaba en un 40,5 por ciento. Awa explica que el trato a las mujeres en su país depende del grupo étnico al que pertenecen.

En el suyo, está permitido el casamiento “sin preguntar si quieren o no y sin pedir permiso a los contrayentes. Las chicas cuando están estudiando, si se les casa, tienen que dejar los estudios. Así que la mayoría están dedicadas al comercio, vendiendo hoy para vivir hoy”, dice.

La joven, de 25 años, tampoco encontró apoyos en su idea de huir de Costa de Marfil. Al final, se las apañó y preparó la salida sin la ayuda de nadie. Hizo la ruta migratoria unas veces en coche y otras a pie. Cruzó Costa de Marfil, Malí y Argelia hasta llegar a Marruecos.

Las fronteras se convierten para los inmigrantes en escenarios de violencia. Si eres mujer, las agresiones se intensifican. Entre Argelia y Marruecos hay una valla fronteriza. Allí, la policía pega a los inmigrantes y “los devuelve al desierto de Argelia”, cuenta. En una ocasión, ella también recibió golpes, mientras intentaba cruzar a Marruecos.

Tras estar un tiempo en el país, consiguió subirse a una embarcación neumática en junio. Reconoce que la travesía fue muy dura, pero sabía que era la única opción porque lo que dejaba atrás era peor; “Aguantaba lo duro por llegar aquí”, recuerda. Awa sabe que no podrá volver a Costa de Marfil. Mientras espera poder seguir el viaje hacia la Península, sueña con trabajar algún día como auxiliar de enfermería.

Fatoumata: “En Guinea lo que hay que hacer es cambiar a las mujeres amas de casa por mujeres independientes, sacarlas de casa”

Un día, Bamba, de 21 años, se enteró de que la iban a casar con alguien que no quería, un primo suyo de 58 años. Ella era aún una estudiante cuando su familia empezó a hablarle de planes de boda. “Yo estaba estresada porque no quería casarme”, comenta. Al final, decidió que tenía que jugársela y buscar otro futuro fuera de Costa de Marfil. En 2018 se fue de su ciudad, Abiyán. Solo gente de su confianza supo de sus intenciones de viaje. Fue de Costa de Marfil a Marruecos en avión. La vida en el país alauita fue complicada.

“Allí no conocía a nadie”, comenta. Cuando llegó a Marruecos, vivió con unos amigos, pero luego la dejaron sola. Una noche, los responsables del viaje la llevaron a la playa, había llegado la hora de subirse a la patera. En junio llegó a Fuerteventura.

Libertad y paz

Desde entonces, Bamba se aloja en el albergue de Misión Cristiana Moderna, tras haber pasado la cuarentena aislada en la nave del queso junto al resto de los inmigrantes que viajaban en su patera, tal y como exige el Ministerio de Sanidad a quienes llegan a España en estas embarcaciones debido a la situación de pandemia por la COVID-19. De Europa espera “libertad, paz y vivir lejos de la situación de tener que casarse con alguien por obligación”.

Fatoumata es de Conakry, la capital de Guinea. Estudió Relaciones Internacionales en la universidad de su país, pero jamás ha podido trabajar. “Solo tengo el título”, bromea. Asegura que en Guinea “hay muchos jóvenes que tienen estudios, pero están sin trabajo y el gobierno no hace nada por ellos”. “Allí sólo están trabajando los que estaban desde los años sesenta, que permanecen en los mismos puestos”, apunta.

De enero a julio de 2020 han llegado a la Isla más de 140 mujeres en patera, procedentes de Guinea Conakry, Costa de Marfil, Senegal o Ghana

La joven pertenece a la tribu de los mandinga, la segunda más importante del país tras los fula, formada por un 30 por ciento de la población. En su país, jamás ha logrado trabajar. Un informe redactado por CEAR señala que “en general, en la sociedad guineana hay una mala actitud de los hombres frente a la autosuficiencia femenina y, por tanto, frente a su acceso al mercado laboral, que se debe a las creencias culturales de la prevalencia del varón sobre la mujer”.

Un día, Fatoumata se cansó de esperar por un trabajo y decidió venirse a España. No se lo dijo a nadie de su familia. El trayecto de Guinea a Marruecos fue en avión. La gente de Marruecos no se lo puso fácil: “No son blancos, pero tienen la piel clara y hay una estigmatización hacia las personas de color. Esto supone un trauma físico y mental porque la policía nos persigue como si no fuéramos personas normales”, cuenta la joven recordando su estancia en el país mientras esperaba la llamada de la patera.

Si le preguntas si quiere seguir en España o continuar el periplo migratorio hacia otro país europeo, dice que preferiría quedarse en España. Aquí desea poder continuar su formación universitaria. “Ahora lo que me preocupa no es dónde voy a trabajar sino cuándo podré empezar a estudiar”, comenta.

Su intención es seguir formándose y poder regresar algún día a Guinea Conakry y ayudar a cambiar el país. “Generalmente en África los hombres piensan que las mujeres no tienen derechos. En Guinea, en concreto, hay violencia contra ellas y la gente cree que no tienen nada que decir”, asegura.


Misión Cristiana Moderna da ayuda a muchas de las mujeres migrantes.

Dar voz

Fatoumata cree que en Guinea el primer movimiento que se tendría que hacer es “cambiar a las mujeres amas de casa por mujeres independientes, sacarlas de las casas, que tengan la palabra y puedan decir algo porque, en estos momentos, ni siquiera hay una representación de ellas en el gobierno”.

La joven asegura que en Guinea, a la hora de buscar trabajo, aunque una mujer tenga más habilidades y conocimientos que el hombre, “él conseguirá más rápido el empleo. Piensan que la mujer es siempre una ama de casa que se queda limpiando y cuidando a los hijos”, lamenta.

Las fronteras se convierten para los inmigrantes en escenarios de violencia. Si eres mujer, las agresiones se intensifican

Mientras Awa, Bamba y Fatoumata cuentas sus historias y sus sueños en Europa, la hija de Regina, de unos seis años, no para de correr por el patio y entrar en las habitaciones del albergue de Misión Cristiana. Saborea un chupachups hasta que se le cae al suelo y acaba hecho trozos. El desastre no le roba la sonrisa.

Al final, Regina, de Ghana, se atreve a contar su historia. Parece una mujer de pocas palabras. Le cuesta hablar de su vida antes de llegar a España. Cuenta que es de Sawla, una ciudad del norte de Ghana, y que con 15 años se quedó embarazada. Tras la noticia, tuvo que dejar los estudios. “Desde entonces, la vida fue complicada”, asegura. Sus padres eran muy pobres y no querían aquel embarazo.

En enero de 2019, Regina y su hija se fueron de Ghana. Lo hicieron en coche hasta Marruecos. No quiere decir el motivo o motivos por los que un día hizo las maletas y se fue de su ciudad, pero seguro que uno de ellos es la pobreza y la necesidad de empezar una nueva vida.

Según la ONG Intermón Oxfam cerca del 24,2 por ciento de la población del país vive por debajo del umbral de pobreza. Ghana ocupa el puesto 140 de los 189 países incluidos en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Ella y su hija consiguieron cruzar el trozo de mar que separa África de Canarias, aunque reconoce que tuvo miedo en la patera por si le pasaba algo a su hija. Al final, se arrepintió de coger la embarcación por “las complicaciones del viaje”.

Tras llegar a Fuerteventura, espera poder viajar a Suecia. Allí, está su marido. “Estar con él es lo que más quiero”, explica en inglés.

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