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Rosendo murió en el Hospital de Lanzarote: una “muerte violenta” que no se ha resuelto

La familia pide a la Justicia que se siga investigando, que declaren todos los posibles testigos del fallecimiento y que se tenga en cuenta la autopsia

La familia de Rosendo. En primer plano, su madre. Fotos: Adriel Perdomo.
Saúl García 0 COMENTARIOS 12/01/2021 - 06:45

El sábado 10 de agosto de 2019, Luz Ofelia Moscoso recibió a primera hora de la mañana una llamada para que se acercara hasta el Hospital Insular de Lanzarote, donde su hijo Rosendo Deroes Moscoso (Venezuela, 1967) había ingresado un mes antes. En 2016 le pegaron una paliza que le provocó una encefalitis que derivó en trastornos de conducta. Su hermana dice que le ingresaron para que le pudieran rebajar la medicación, que le había provocado una merma en su autonomía. “No podía ni tragar”, señala.

Unos días antes de esa llamada, Rosendo había pasado por unos análisis médicos que habían dado buen resultado. Por eso y porque la noche anterior se había quedado tranquilo, “el día más tranquilo”, según su hermana, Luz Ofelia no se esperaba que la llamada del Hospital fuera para comunicarle que su hijo acababa de fallecer.

La explicación inicial fue una muerte súbita. La que determinó la autopsia dos meses después fue muerte violenta: “hemotórax con fracturas costales y hemoperitoneo con fallo de centros vitales”.

La rotura de varias costillas le produjo un encharcamiento en el pulmón. ¿Cómo se produjo Rosendo esas lesiones? La familia no lo sabe y no se cree la versión del Hospital, mientras que un Juzgado de Arrecife ha archivado ya en dos ocasiones la investigación sin aclarar lo que ocurrió.

“Cuando llegué al Hospital me llamó la atención que no hubiera nadie porque ahí siempre está todo revuelto”, señala Ofelia. “Lo más probable es que fuera muerte súbita, todo normal, no pasó nada”. Esas fueron, según la familia, las palabras del médico que les comunicó la noticia. No hizo mención a ninguna caída. “Cuando el doctor me dijo que mi hijo falleció me quedé bloqueada”, dice Ofelia, cuya primera pregunta fue: “¿Puedo verlo?”.

La puerta de la habitación número 14 de la planta de agudos no estaba cerrada y el cuerpo, sobre la cama, no estaba tapado. “Ya se me murió un hijo por un infarto y pensé en eso, pero lo vi amarillo y no es ese aspecto”, dice Ofelia.

Después llegó su hija Ana y otros familiares. Ana le dijo al médico que iban a pedir la autopsia y la reacción, dice, fue extraña. “Empezaron a poner pegas, a decirnos que tendríamos que pagarla nosotros, que el cuerpo iba a quedar destrozado o que iba a tener que estar en un refrigerador”. “Me da igual”, dijo la hermana.

De vuelta a la habitación se percataron de que había sangre en la camilla, en el marco de las puertas y en las cholas. La mano también estaba raspada y con sangre. Antes de que se llevaran el cadáver decidieron poner una denuncia, y horas más tarde se personó allí la Policía y una forense. Se abrieron unas diligencias judiciales que, un año y medio después, no han servido para aclarar cómo ocurrió la muerte.

El primer archivo provisional del caso se dictó solo unos días después de la muerte. El auto decía que se archivaba porque “los iniciales indicios que podían apuntar a una muerte violenta hayan quedado desvirtuados, todo ello sin perjuicio de lo que pudiera resultar de los informes definitivos de autopsia”.

La Audiencia Provincial ratificó el sobreseimiento provisional porque esa circunstancia permitiría reabrirlo cuando hubiera nuevas pruebas. Pues bien, la autopsia definitiva determinó la muerte violenta, y el caso se ha vuelto a archivar.

“No creemos que lo quisieran matar pero queremos saber la verdad”, asegura la familia

La familia ha solicitado otra vez que se siga investigando porque durante la instrucción tan solo se ha tomado declaración a una persona, una enfermera, y en comisaría. Esa enfermera declaró que la a lo largo de la última noche en la vida de Rosendo, el paciente se cayó en varias ocasiones, una versión que no coincide con la inicial que se transmitió a la familia.

La enfermera dijo que Rosendo “era una persona complicada” y que se ponía nervioso por la noche. La familia asegura que Rosendo siempre estaba acompañado por algún familiar excepto por la noche y que solicitaron autorización al centro hospitalario para acompañarlo durante las noches pero se les indicó que no era necesario, ya que en el hospital había personal preparado para esa tarea.

La enfermera sitúa a Rosendo en la zona de velatorios sobre las diez de la noche, aunque la familia dice que estuvo acompañado hasta las once y lo dejaron en la cama. Esa caída es la que le habría provocado las lesiones en la mano izquierda, la espalda y el codo. La enfermera lo curó y le cambió la ropa y lo acostó de nuevo. También le administró un sedante. Sobre la una se volvió a levantar, tenía fiebre y le administró paracetamol.

Una hora y media después se levantó con intención de marcharse del hospital y dejó rastros de sangre. Le volvió a cambiar de pijama. A las 4:30 se levantó muy nervioso, siempre según la versión de la enfermera, y le dio un yogur. A las 6:10 se cayó en su propia habitación y a la enfermera la ayudaron dos auxiliares. Finalmente, a las 7:15 se dan cuenta de que ha muerto y el médico de guardia certifica el fallecimiento. La enfermera asegura que todas las intervenciones quedan registradas en un programa interno llamado Drago.

El informe de la autopsia, de 22 de septiembre, ya dice que falleció de muerte violenta entre las 3:00 y las 7:30 horas y habla de “traumatismo corporal por precipitación” y “fractura de tres costillas, bazo e hígado”.

También hace mención al sedante aplicado señalando que el efecto depresor de la privación de oxígeno se acentuó con las altas cifras de aminoclonazepam por encima de la dosis terapéutica.

En el segundo auto de archivo, del 18 de noviembre pasado, el juez instructor menciona esta circunstancia, que la familia no cree que sea la principal. Señala el juez que no hay evidencias de que la causa de la muerte fuera por una alta dosis de medicación.


Rosendo, en una imagen cedida por la familia.

Durante la instrucción tan solo se ha tomado declaración a una enfermera

La familia cree que tuvo que pasar algo más. Pide que declaren todos los que intervinieron esa noche, tanto el médico como los auxiliares y solicita que se aporte a la causa el historial clínico. Asegura que no han podido ver las anotaciones de ese día.

Rosendo no usaba pañal, pero ese día amaneció con un pañal lleno de sangre. Dicen que Rosendo se ponía violento y que era un hombre bastante fuerte: “Dos personas no podían con él”, dice su madre, pero que tenía miedo a la Policía.

En otras ocasiones, en su propia casa o en sus ingresos en el Hospital General, cuando llegaba la Policía se calmaba. Su madre asegura que ella también podía calmarlo. Ofelia dice que estuvo tres años cuidando de su hijo, que había sido guardia nacional en Venezuela y que tiene, a su vez, dos hijos, de 28 y 32 años. Dice que nunca lo dejaron solo. “De tanto luchar, me dejaron que fuera los sábados y domingos”, asegura.

En el escrito de apelación, la abogada de la familia considera que es preciso seguir investigando, sostiene que el relato de la enfermera está fabricado, pide que los testigos y la propia familia declaren y que se aporte el historial clínico completo y la autopsia definitiva.

La hermana sostiene que probablemente se puso agresivo y “se les fue de las manos”. “No creemos que nadie lo quisiera matar, pero queremos saber la verdad”, asegura.

En todo este tiempo, no se ha puesto en contacto con ellos ningún responsable de la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias, que gestiona ahora el Hospital Insular. “Lo que pido es que entreguen a la Justicia a los responsables, los que le quitaron la vida a mi hijo”, concluye Ofelia.

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