LANZAROTE

Tinta y papel: el correo postal permitió durante décadas mantener lazos familiares, cimentar noviazgos y fortalecer la economía

La tradición cultural de Lanzarote recoge una enorme cantidad de alusiones a la importancia de las cartas en las relaciones sociales

El cartero rural ejerció de conexión entre los pueblos y el Puerto, ventana al exterior. Fotos: Cedidas por Daniel González.
Myriam Ybot 0 COMENTARIOS 13/10/2019 - 09:01

Es un hecho: ya nadie escribe cartas. Los sobres manuscritos que se apretujaban en el buzón con felicitaciones de cumpleaños y christmas navideños, el ansiado aviso que anunciaba una respuesta positiva a cualquier solicitud burocrática, las letras cargadas de afecto y noticias de quien se encontraba lejos, han dejado paso a la mensajería automática del móvil. Y en vacaciones, las postales se publican en Instagram. Un tecleo rápido y un golpe de click han facilitado la comunicación y han estrechado los contornos del mundo pero también han acabado con el placer de escribir una carta y la emoción de recibirla.

No ha transcurrido tanto tiempo, no llega al cuarto de siglo, pero el cambio de hábito ha sucedido a tal velocidad que ya es fácil encontrar generaciones completas con formación superior que desconocen la experiencia de la correspondencia manuscrita.

Algo difícil de digerir para Daniel González Eugenio, quien durante 37 años ejerció como cartero en Arrecife, cuando la ciudad era pateada por cinco compañeros en extenuantes jornadas de mañana y tarde, con carteras de hasta 25 kilos al hombro y bajo un estricto uniforme oficial con gorra, chaqueta y corbata que el calor adhería al cuerpo sin piedad y que igual servía para los fríos leoneses que para el estío canario.

Pero ni el mucho trabajo ni las inclemencias meteorológicas restaban entusiasmo a un Cuerpo de Correos que gozaba de un enorme reconocimiento social, portador habitualmente de buenas noticias y dispuesto siempre a entablar conversación en zaguanes y fachadas: “Antes conocías a los vecinos y te sabías la vida de todos, quién tenía familia en Venezuela, quién un novio en el Cuartel. Y siempre le ponías atención, nunca dejabas a nadie con la palabra en la boca”, recuerda. En Navidades, las propinas superaban al total del salario mensual y se acompañaban de dulces y otros regalos.

De entre las innumerables anécdotas que el funcionario almacena en la memoria hay una, luminosa y emocionante, que recoge la esencia del servicio entonces, del trabajo del cartero y de la estrecha vinculación con la comunidad.

Según cuenta González, en ocasiones llegaban a las oficinas sobres sin dirección procedentes de los países de emigración, con el nombre del remitente, la zona según su denominación popular y poco más. Y tras cantarse en voz alta en la mesa de clasificación y “embarriado” (distribución por distritos) por si cualquiera de los operarios de Correos tuviera pistas, empezaba sobre un callejero en constante transformación y crecimiento una investigación que no se detenía hasta que la misiva llegaba a su destino.

“Consultando a las personas mayores de la zona, tocando puertas de posibles familiares o amigos, llegué a la vivienda de una anciana a quien, con picaresca, pregunté si tenía familia en Venezuela. -Sí, señor cartero, tengo a mi hijo Rafael, que hace muchos años que no sé nada de él. Ya soy vieja y estoy cansada, muy cansada de tanto esperar. Y no quiero que se acabe mi vida sin tener noticias… Cuando le entregué la carta la apretó contra su pecho y me llenó de alegría ver cómo la besaba mientras sus lágrimas brotaban y me pedía, por favor, que la leyera, pues ella nunca aprendió”, relata con afecto.

Nada hacía presagiar entonces que cuatro décadas después, los pocos sobres se depositarían en buzones domiciliarios sin rostro y el timbrazo del cartero se iría a convertir en incómodo prólogo de una multa o de una notificación de Hacienda.

Cartas como conversaciones

La comunicación epistolar de antaño se traslada al presente con un aura romántica inapelable. La imagen de una carta nos remite, cultura cinematográfica mediante, a romances alimentados en la distancia por encendidas promesas de amor, anuncios de riquezas transoceánicas, invitaciones a fastos sociales y, en algunos casos, avisos de fallecimientos flanqueados por luctuosos márgenes.

Recibir y escribir una carta era, en aquellos tiempos de empalizada insularidad y emigración forzosa, lo más parecido a entablar una conversación con quien la vida se había llevado lejos. Pero no solo la distancia nutrió aquella correspondiencia in crescendo: la afición epistolar llegó a popularizarse tanto que, como recuerda Daniel González, los mismos miembros de una familia que vivían juntos se enviaban felicitaciones navideñas entre ellos.

Micaela y Sebastián se conocieron en el Muelle chico de Arrecife y como se hacía por entonces cuando una pareja se gustaba, activaron de inmediato las pesquisas para averiguar el uno de la otra y viceversa. “Antonio Manteca me consiguió la dirección y así pude empezar a escribirla desde Las Palmas, base del pesquero en el que faenaba en aquella época”, recuerda él. Y como las cartas obtenían cumplidas y amorosas respuestas, la correspondencia se mantuvo durante el noviazgo y tras el matrimonio. “Primero me escribía desde Las Palmas, después cuando hacían escala en Cabo Blanco y ya con la primera chinija nacida, durante el año que estuvo en Bilbao”, añade Micaela.

La tradición cultural de Lanzarote recoge una enorme cantidad de alusiones a la importancia de las cartas en las relaciones sociales. En la recopilación de Cantares de Candil, de Manuel Bravo, editada por Cabildo y Ayuntamiento capitalino con motivo del Bicentenario del Puerto del Arrecife, las menciones a los escritos entre enamorados son constantes:

Vuela papel venturo
vuela donde yo te mando
y dile al que lo recibe
que por él quedé llorando

Una carta te escribí
no le puse dirección
yo sé que la recibiste
mándame contestación

Función estratégica

Pero para la sociedad lanzaroteña del siglo pasado, desgajada por la migración a Sudamérica y con una enorme dependencia de las islas de Gran Canaria y Tenerife para prestaciones básicas como la formación superior, la sanidad especializada, las gestiones con la administración o los negocios, el servicio de Correos alimentó algo más que el espacio de la sociabilidad y los afectos; por su función estratégica en las relaciones mercantiles y facilitación de contactos con socios y proveedores, contribuyó al progreso de la pequeña burguesía comercial sobre la que se levantó posteriormente el poderoso sector turístico.

Como otras cosas de Palacio, el servicio postal iba despacio. Las denuncias y reclamaciones de los sufridos usuarios son constantes en la prensa de la época. “...La isla de Lanzarote continúa condenada a un aislamiento tal que hay veces que sus habitantes se consideran solos en el Globo Terráqueo (...) Poco es lo que ambiciona esta gente, porque conocen su situación, no quieren Telégrafos ni vapores, pero sí al menos que cada cuarenta días o antes y en periodo fijo, se reciba la correspondencia...”.

La cita, recogida en Historia del Correo en Canarias de José María Espasa Civit, muestra esa insatisfacción permanente que iría creciendo al mismo ritmo que las necesidades de comunicación.

En 1881, un escrito del alcalde de Arrecife ponía de manifiesto ese malestar: “…varias y repetidas han sido las quejas producidas a esta alcaldía por los vecinos de este pueblo en general y los comerciantes en particular, con referencia a la falta de cumplimiento por los buques correos entre esa y esta isla... llegan a ese y este Puerto con mucho retraso...”.

Según la investigación realizada por Antonio Montelongo Franquiz y Marcial Falero Lemes en el año 2000 en su trabajo El Puerto del Arrecife, no sería sino hasta 1957 cuando comienza el transporte aéreo a través del aeropuerto de Lanzarote, que acabó con el monopolio marítimo y buena parte de los retrasos y esperas.

Hasta entonces, la peripecia postal en el interior de la isla no tenía mucho que envidiar al periplo hasta Lanzarote. Desde la oficina de Arrecife se remitía la correspondencia a los pueblos por medio de “verederos” o “peatones” que actuaban como repartidores. Después vendrían la plantilla en Arrecife y los carteros rurales, que recibían las sacas a través de las incipientes líneas de guaguas.

Década de los 70

Superada la segunda mitad del pasado siglo, cuando Daniel y sus compañeros -Pedro, Salvador, Díaz, Paco, García y el resto de colegas- patrullaban la capital con la cartera a cuestas, la afluencia de correspondencia se había multiplicado al ritmo del crecimiento demográfico impulsado por el turismo.

La presión llegó a tal punto que la agotada plantilla llegó a movilizarse con apoyo sindical y a lograr, tras una visita “de los jefes de Madrid”, que los seis carteros de Arrecife pasaran a ser 18. De junio a diciembre de 1987, por ejemplo, la correspondencia ordinaria distribuida fue de 3.573.035 productos postales y los giros urgentes llegaron a sumar los 25.539.

Desde que Daniel González se presentó a la oposición animado por un amigo del Cuartel, “un tal Julián del que nunca supe apellidos pero que me encantaría localizar y dar las gracias”, han cambiado mucho las cosas. Ante la competencia digital, Correos ha centrado su actividad en la paquetería como operador de las grandes plataformas de comercio electrónico, el reparto de material electoral y gestión de votos y giros económicos. Sin olvidar que, pese a los cambios introducidos por Internet, la entidad, al garantizar el servicio postal universal, tiene la obligación de llegar a cualquier rincón de España a depositar la más humilde de las postales.

Todo esto lo sabe bien el hijo más chico de los cinco de Daniel quien, seducido por los recuerdos paternos y con la misma voluntad de tejer lazos comunitarios a través de su trabajo, se presentó a las oposiciones a Correos tras graduarse en Turismo. Hoy es orgulloso funcionario en Costa Teguise y segunda generación de mensajeros de la familia González.

Su padre rumia en silencio una nostalgia macerada: “Mi deseo es que volvamos a las letras de amor y felicitación. Hoy la juventud no tiene la paciencia para escribir una carta y esperar la respuesta; mandan un whatsapp hoy y mañana ni se acuerdan de lo que pusieron”.

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