ENTREVISTA

Sor Ana: “Con la pandemia debía haberse creado en Arrecife un comedor municipal”

Sor Ana Rodríguez, fundadora de Calor y Café, una ONG que cumple 25 años

María José Lahora 0 COMENTARIOS 11/10/2021 - 06:44

Calor y Café conmemora este año su 25 aniversario. Un cuarto de siglo ha pasado ya desde que cuatro hermanas, guiadas por sor Ana Rodríguez, decidieran ofrecer un refugio al calor de un café y un bocadillo para aquellos usuarios a los que Cáritas no permitía el acceso. Su artífice relata los comienzos y la evolución de esta ONG que ha vivido ya dos crisis económicas.

-¿Cómo ha evolucionado la sociedad en estos 25 años desde que se fundó la asociación? No habrá sido fácil.

-Desde que abrimos el comedor de Calor y Café hace 25 años hasta ahora la evolución ha sido muy grande. Ahora creemos que vamos a pasar aquí las 24 horas, mientras que en los inicios hasta las siete en punto de la tarde no se abría la puerta. Salía a las tres de la tarde de trabajar del Hospital Insular, compraba el pan y me ponía a hacer la cena. Ahora desde las ocho de la mañana ya hay gente aquí y contamos con unos 40 voluntarios. Antes, hasta que llegaban para ayudar a repartir la cena, prácticamente lo hacía todo yo.

-¿Con qué fin se creó la ONG Calor y Café? ¿Continúan teniendo las mismas demandas a día de hoy?

-En aquel momento solo existía el comedor de Cáritas con 12 plazas y hubo un repunte muy grande del consumo de drogas. Arrecife vivía una situación muy drástica de gente enganchada y en malas condiciones. En esa época era voluntaria en Cáritas y veía que la respuesta hacia estas personas era discriminatoria. Solo se atendía a las que entraban en el programa de desintoxicación. Estaba todo condicionado y fue cuando nos planteamos abrir un comedor donde esas personas se pudieran tomar un café caliente sin cuestionar su situación. Aunque cuando abrimos no pensamos que nos encontraríamos con tantas carencias.

-¿Quiere decir que las expectativas con las que se creó la ONG eran menores de lo que realmente la situación de un colectivo vulnerable como el de la adicción a la droga demandaba?

-Nos dimos cuenta de que había otras necesidades que cubrir. En aquel momento pensamos que con ofrecer un espacio para tomar un café caliente, de ahí el nombre de la asociación, y un bocadillo bastaba. Pero vimos que podíamos ofrecer más. Un joven médico que estaba realizando el MIR y solía venir al comedor compraba cajas de jeringuillas para intercambiarlas. También les curábamos los abscesos y les comprábamos ropa, además de ofrecerles una ducha. Lo del café y el bocadillo se quedó corto. Vimos que gastábamos mucho dinero y ofrecíamos poco. Pensamos que era mejor darles una comida caliente. Para ello tuvimos que mudarnos. Empezamos en un almacén junto a la iglesia de Valterra, donde no podíamos cocinar, por lo que nos trasladamos a una casa con cocina junto al Hospital y podíamos hacer allí mismo la colada.

-En este tiempo ¿cuáles son los peores momentos que ha vivido?

-Lo peor ha sido ver a gente pasarlo mal porque se ha enfermado. Recuerdo a un usuario que ingresó en el Hospital por una obstrucción intestinal y se escapó del centro hospitalario con la vía puesta y todo. Fue impresionante la batalla que tenía ese hombre con su situación. Qué sufrimiento tan grande arrastran, aunque no lo parezca. Estar enganchado es una cruz muy fuerte, una lucha continua por su parte. Y qué difícil resulta dejarlo. Hemos ido caminando con muchos momentos de sufrimiento y dolor, sufriendo la pérdida de mucha gente cuando la droga era demasiado pura y muchos no lo soportaron, otros intentaron dejarla y no pudieron. Algunos mostraban el miedo que tenían. Son tantas las imágenes que tengo de gente tan linda, con tantos valores y, sin embargo, la droga los destruyó. También vemos la soledad y el aislamiento que sufren. Es difícil que lleguemos a comprender cómo las personas son capaces de destruir sus vidas de esa manera.

-¿Y de los buenos momentos con cuál se quedaría?

-Es gratificante cuando vuelven al cabo del tiempo y han podido rehacer sus vidas. Nos cuentan que han recuperado el contacto con sus familias e incluso han creado la suya propia y gozan de buena salud.

-Esta no es la primera crisis que vive Café y Calor...

-A raíz de la crisis económica de 2008, nuestra situación se agravó porque no todos los usuarios eran toxicómanos, sino que acudían a nosotros personas sin trabajo y familias enteras. Nosotros siempre hemos batallado por recibir a una veintena de drogodependientes, pero en la anterior crisis llegamos a tener a 80 personas en la casa. No podíamos ni movernos. Era todo muy complicado y nos debatimos en que o encontrábamos algo más grande o acabaríamos repartiendo bocadillos por la ventana. Era una situación difícil porque el que no estaba enganchado consideraba que tenía derecho a ser atendido en otras condiciones y los drogodependientes decían que esa era su casa y no sabían por qué se la estaban quitando. Fue cuando el Ayuntamiento de Arrecife, con Enrique Pérez Parrilla, que en paz descanse, como alcalde nos prestó la nave en la que estamos ahora y gracias a un montón de empresas hemos logrado un lugar para trabajar con gran comodidad. Recuerdo que antes para coger sitio era al empujón. Menos mal que la puerta era de las antiguas porque temíamos que la arrancaran (ríe).

“Las instituciones no nos han apoyado tanto como lo ha hecho la ciudadanía”

-¿En qué difieren las necesidades de hace un cuarto de siglo a las de ahora?

-Ya en la crisis de 2008 comenzaron a aparecer familias diciendo que si sobraba algo se lo diésemos. Hasta ese momento la población apenas nos conocía. Las ayudas que recibíamos procedían de una congregación de monjas de Las Palmas de Gran Canaria y poco más. Aunque hay que agradecer a muchas empresas su ayuda, como Kalise, que nos ha dado los yogures desde el primer momento o la Panificadora Lanzaroteña, que nos ofrecía el pan hasta que cerró. Llegamos a tener 112 familias pidiendo comida a nuestras puertas. Les pudimos dar porque la gente fue muy generosa y compartía con nosotros. Cuando nos mudamos a esta nave el 30 de mayo de 2010 comenzaron a poder venir familias. Tuvimos que establecer un reparto mensual en tres jornadas. En 2012 comenzó a disminuir la demanda y antes de que comenzara la pandemia del Covid contábamos con 25 familias censadas y otras 20 que de manera puntual recibían ayuda. A raíz de la crisis económica motivada por el coronavirus esto fue una verdadera locura. Nos encontramos desbordados y con mucho trabajo. Los hoteles nos donaban fruta y verdura y teníamos que darle salida muy rápido para no desperdiciar esas donaciones, al tiempo que debíamos dar respuesta a los usuarios que no podían estar en la calle porque estábamos confinados. Nos obligaron a cerrar las puertas, aunque conseguimos realojar a un grupo importante en el albergue de la Ciudad Deportiva. Hubo un momento en que la calle parecía la romería de los Dolores. Todos los días había unas 20 o 30 familias nuevas pidiendo comida, todas sin papeles. Más que estar pasando necesidad hubo mucho miedo a quedarse sin comida.

-¿Cuál es el perfil del usuario de la era pospandémica?

-Tenemos todo tipo de usuarios. Gente que nunca pensó en verse aquí junto a los habituales y quienes vienen solo a pedir comida. Algunos con dificultades para encontrar un trabajo, otros que aún se encuentran en ERTE y que tras un año y medio han agotado sus recursos. Tienen que pagar el alquiler, las facturas... Hemos llegado a repartir en un mes casi 300 carros de comida. Ahora parece que la situación está más controlada, todas las familias están ya censadas y no aparecen tantas nuevas.

-Hablaba antes de que gracias a que se puso en marcha un albergue eventual con motivo del confinamiento se pudo dar salida a muchas personas que acudían a Calor y Café. ¿Ha servido esta necesidad puntual para que las instituciones se den cuenta de la importancia de contar con este tipo de instalaciones de forma permanente?

-Han querido deshacerse del albergue, pero no han podido. Creo que las instituciones lo ven necesario, pero entre comillas. Ha sido otro parche. Hace falta un compromiso mayor, no conformarse con ofrecer un lugar donde dormir, como el que se ha puesto en marcha en las antiguas instalaciones del Centro de Atención a las Drogodependencias (CAD), sino que hace falta algo más que complemente esa respuesta.

-En estos 25 años ha sido reconocida la labor de Calor y Café por autoridades y sociedad civil, incluso ha recibido usted personalmente varios reconocimientos. ¿Se han visto plasmadas estas recompensas en la respuesta de las instituciones, ciudadanía y voluntariado ante las necesidades de la asociación?

-La respuesta del voluntariado es grandiosa. Gracias a ellos subsiste Calor y Café. En la actualidad contamos con 40 voluntarios que colaboran por turnos. Gracias a la ayuda del pueblo de Lanzarote vive Calor y Café. En cuanto a las instituciones, no he sentido ese apoyo, ni esa ayuda. Me he sentido desbordaba y agobiada por la situación vivida. Los usuarios necesitaban de una respuesta que no podía dar. Ya no había ni arroz. Tuve que realizar una serie de gastos que no podía mantener. Entendía que, al igual que en otros puntos de España se han creado comedores sociales, aquí había que ofrecer una respuesta similar. Cuando fui a hablar con la concejala de Servicios Sociales de Arrecife pedía una solución que luego se dio a través de Emerlan, pero había muchas familias que necesitaban de esa misma ayuda. Veía tantos hoteles y cocinas cerradas que bien podrían haber servido para elaborar los menús. Con una comida caliente al día hubieran tenido bastante.

“En la pandemia hemos llegado a repartir en un mes casi 300 carros de comida”

-¿Cuáles son las necesidades más acuciantes de la asociación actualmente? ¿Confía en contar con el respaldo suficiente para continuar la labor emprendida hace 25 años?

-Más que pedir, quiero agradecer a todo el mundo la generosidad tan grande que tiene. Tengo que dar las gracias con toda mi alma y mis fuerzas a la ciudadanía. Nunca he tenido que pedir, siempre hemos contado con todo lo que hemos necesitado. Sí es verdad que trabajamos mucho porque aprovechamos al máximo todo lo que nos dan. Eso ha permitido que podamos compartir con los demás.

-¿Es utópico pensar en un día en el que no habrá necesidad de que los colectivos vulnerables hagan cola a las puertas de la asociación?

-Es complicado y más con el panorama que tenemos delante. La Isla vive del turismo. Es un trabajo muy ingrato y con el que creo que no hay futuro para ofrecer estabilidad laboral. Es necesario cuidar el turismo y que sepan hacerlo bien, que no permitan que la Isla se deteriore y que los números no sean lo único que importe. Que haya otros intereses por los que Lanzarote sea valorada y se pueda vivir como es debido y ser conscientes de que si la Isla se resiente socialmente, difícilmente los turistas van a desear venir aquí.

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